jueves, 19 de agosto de 2010

LA HORA SEÑALADA

Bajaba las escaleras del primer día de la semana. No había dormido bien. El frío y la escarcha hacía que se le dificultara la respiración.

Se dirigió al café mas cercano. Necesitaba un café bien fuerte. Necesitaba un café para matar su resaca.

Se dispuso a sentarse en una mesa al fondo del café, ahí había poca luz y a esa hora no había demasiada gente. Tomó el diario y lo hojeó, se detuvo en los policiales donde se hallaban las mismas horrendas noticias : otro niño asesinado, asaltos al banco con rehenes y protestas y…y… mas de lo mismo.

Pidió un café mientras presionaba el ceño con sus dedos, el dolor de cabeza no cesaba. Dejó la propina y caminó hacia su trabajo.

La misma oficina, la misma gente, el mismo café hervido de siempre.

Se cruzó con Gutierrez en el pasillo y comentaron el partido de la jornada anterior. Trabajó con la inercia propicia de los lunes y en un momento llegaron las 19 hs.

Hora de salida.

Llegó a su casa, se quitó los zapatos, tomó una cerveza fría y prendió la tv poniendo los pies en la mesita ratona. Le dolían los pies, le dolían los malditos pies. La resaca seguía inerte. Necesitaba descansar.

Se durmió con la tv prendida, la cerveza a medio tomar (ahora caliente) derramada sobre el sillón mojando sus pantalones : -Mierda!

Apagó la tv y se dirigió a su cuarto, se quitó el pantalón, la camisa y se tiró en la cama. Estaba cansado. Cansado de su rutina, de su monotonía, cansado de su solitaria vida, cansado de ver cómo cambiaban los dibujos de las sábanas vacías. Cansado de saber que estaba solo debido a su arrogancia, cansado de pensar en Laura y saber que ya no volvería por su culpa.

Dio vueltas y mas vueltas hasta que en algún momento de la noche se quedó dormido. Una mano cálida, una caricia que empezó en su rostro y fue lentamente bajando hasta el muslo, un susurro suave, su voz. Si, era su voz, lo despertó agitado. Todavía sentía su mano, su caricia, su voz recorriéndole el cuerpo lo despertó para darse cuenta que una vez mas, estaba solo.

Se dirigió a la cocina, tomó un poco de agua, se mojó la cara y volvió a su cama.

Otra vez vueltas y mas vueltas hasta que la claridad de la mañana empezó a filtrarse por la ventana. Poco tiempo pasó y su despertador sonó.

Bajó las escaleras, era el segundo día de la semana.

Su día en la oficina no tuvo relevancia alguna, se vio con Gutierrez y Espinoza, se cruzó con Juarez en el ascensor y le contó q iba a ser padre por cuarta vez. Qué ironía, pensó, traer a pequeños condenados a tener una vida de mierda.

Otra vez el reloj, dio las 19 hs.

Por estos días habló con su madre, anunciándole que el tío Víctor se jubilaba, que a la tía Elvira la operaban de una hernia, que su padre nosequé del colesterol y que básicamente era un desalmado por no verlos mas seguido. También tomó unas copas con unos compañeros de trabajo, fue a bares nudistas y la vida se le siguió antojando vacía y amarga como en sus últimos meses.

Nada lo completaba, todo le parecía ajeno. Nada ni nadie hacía que su vida se llenara.

Tomó el teléfono, marcó el número de Laura y cortó. Entonces pensó en qué decir luego que ella se había ido a lo de su madre, forma moderada y geométrica de decir que lo había abandonado. Abrió un libro de la biblioteca, lo hojeó pero no veía una sola palabra, solo pensaba en Laura.

Había sido un idiota desmesurado, había sido un cobarde, un arrogante, un estúpido por no decirle cuanto la amaba y cuanto la echaba de menos. Cuánto se habían distanciado en los últimos tiempos. Las excusas para llegar tarde a casa y la insoldable soledad a la que se había y LE había inducido.

Era la quinta noche de la semana.

Bajó las escaleras, compró cigarrillos, se fue a la estúpida oficina. Con humor de mil demonios transcurrió su día hasta que el reloj dio las 19 hs.

Fuera el aire era espeso, hediondo o así le resultó. Compró una botella de su wisky favorito, subió las escaleras, se quitó los zapatos y prendió la tv cambiando de canal varias veces pero no había nada que le interesara.

Con el wisky se armó de valor , tomó el teléfono otra vez y con seguridad marcó el teléfono de Laura. Del otro lado contestó una mujer cuya suave voz le era tan familiar. No contestó. La mujer volvió a decir : -Hola…? Y él, que era un cobarde colgó. Sí, era un mísero cobarde.

Volvió a llamar. Solo sonó una vez y la mujer contestó.

- Hola?

- Laura?

La mujer se quedó callada por unos segundos.

- Si…

- Me pregunto si podríamos vernos, tomar algo y conversar, por los viejos tiempos (fue lo único que atinó a decir, sabiendo que hablar no era precisamente su fuerte: otra idiotez)

- No lo sé…es que voy a casarme el mes entrante.

Silencio. Sus palabras fueron como un puñal. Podía sentir cómo el filo de sus palabras le cortaban el aire y desgarraba su carne donde veía su sangre salir a borbotones.

- Pero…está bien, creo que debería devolverte tu anillo de compromiso.

- -Ehh…está bien. Dime cuando.

- Mañana?

- Ok.

- Voy a tu casa.

- Adiós.

Colgó el aparato. Todavía podía sentir como su sangre corría fuertemente por sus venas, como el aire fétido se condensaba en una espesa nube de tabaco y humedad. Dejó caer su pesado cuerpo y se sirvió wisky, luego de ese se siguieron mas, hasta que el frío vidrio quedó sediento de líquido.

Corrió al baño y vomitó, se mojó la cara y arrastró hacia su cama. La misma cama que había compartido con Laura, la misma Laura que se había cansado de él, la misma Laura que iba a casarse con otro.

Se durmió con su borrachera, el pantalón puesto, la camisa con olor a vómito. Al despertar su cabeza giraba como un carrousel. Tomó una ducha, se preparó un café cargado y salió a caminar. El día le pareció mas gris que nunca, el frío le corría los huesos y su cabeza no paraba de pensar. Pensar, ESO debería haber hecho antes de llamarla. Faltaban solo unas horas para su encuentro y no encontraba las palabras ni el modo de decir lo que iba a decir después de tanto tiempo.

Finalmente se hizo la hora, se tomó otro wisky y esperó. Al momento se oyó un taxi con la voz inconfundible que tanto conocía. Oyó el crujido de las escaleras y el taconeo de sus zapatos.

Se puso detrás de la puerta. Era el séptimo día de la semana. El momento de ver a Laura, el momento que tanto había deseado.

Tocaron de afuera tres veces a la puerta y una voz de adentro le dio la orden de entrar. Detrás de la puerta mirando el brillo de la 9mm el hombre disparó.

Eran las 19 hs.

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