jueves, 19 de agosto de 2010

Dibujos en el agua

Emily, Patrick y yo éramos amigos de toda la vida. Emily vivía frente a mi casa, un barrio tranquilo sobre la calle Los Sauces. Patrick vivía al lado, una ligustrina perfectamente cortada separaba su casa de la mía. Cuando volvíamos de la escuela jugábamos en la vereda hasta que mamá o la mamá de los otros chicos nos llamaban y cada uno se iba a su casa a merendar.

Mi casa era baja, de estilo americano, teníamos un jardín al frente (pequeño) y terreno al fondo donde Lila, la ovejera alemán corría de un lado a otro. Mamá y la abuela dormían en el mismo cuarto que daba contiguo al mío.

Todas las tardes, traía los libros de Emily, que si bien pesaban mucho junto a los míos, cargaba orgullosamente porque sabía que parte de ser un caballero era ser atento con las chicas y como estaba loco por Emily debía hacerlo, aunque ella jamás me lo pidiera.

Lo más lindo era acompañarla hasta su casa porque como ya se había hecho costumbre al llegar allí me regalaba un dibujo. Ella dibujaba muy bien y mas de una vez nos dibujaba a Patrick y a mí en situaciones muy cómicas o haciendo muecas. Si bien Emily me gustaba mucho yo jamás se lo había hecho saber, ni siquiera a Patrick que era mi mejor amigo. A esta edad resulta bastante embarazoso decirle a alguien que nos gusta una chica por más amigo que sea.

Además él todavía era muy infantil y todavía, a veces hablaba con sus amigos imaginarios.

Como sea, nosotros siempre la pasábamos bien juntos, a veces caminábamos hasta el río arrastrando cada uno una rama, dejando dibujos impresionistas sobre la calle de tierra.

Un día al volver de la escuela vimos un enorme camión de mudanzas frente a mi casa o, mejor dicho, frente a la casa de Emily. Una propiedad muy bonita se situaba ahí, con un garage para dos autos y un hermoso jardín. Detrás del camión había un auto del que bajó una familia con un niño de nuestra edad.

La madre de Emily estaba en casa contándole a mamá y a la abuela sobre la llegada de los nuevos vecinos.

Una tarde mamá hizo una torta y quiso que Patrick y yo la lleváramos enfrente para darle la bienvenida a los nuevos. Nosotros, con cara de pocos amigos, ya que nos cortaba el juego accedimos a regañadientes y cruzamos a la acera de enfrente. Justo cuando cruzábamos vimos a Emily que venía a jugar con nosotros. Estaba hermosa con un bonito vestido celeste y una cinta blanca anudada al pelo. Patrick la invitó y fuimos los tres.

Abrió la puerta un niño con mala cara, vestía ropa cara y olía muy bien. Cuando estábamos dando la bienvenida el niño arrebató la torta de mis manos y dio un portazo en nuestras narices. Sin comprender lo que sucedía nos miramos el uno al otro y ahí reparé en la hermosa sonrisa que se dibujaba en rostro de Emily y en sus mejillas sonrosadas. Muy confundido despedí a mis amigos y me fui a casa sin decir más.

Al día siguiente, para mi asombro descubrí que Paul, así se llamaba el chico de enfrente, estaba también en mi escuela. Todo el mundo lo observaba, las chicas de mi clase se codeaban y reían tontamente, las maestras lo consentían por ser el ¨chico nuevo¨ y por venir de una escuela de nombre largo y complicado.

Si bien esto me molestaba bastante, al final del día no tenía relevancia, Emily como todos los días me regalaba un dibujo y se seguía comportando de la misma manera conmigo. Claro que esto cambió al poco tiempo. Un día que jugábamos a la pelota noté que Emily estaba sumamente distraída, le pregunté qué le pasaba y solo dijo que estaba cansada y que tenía que ayudar a su mamá. Al rato la vi conversando con el chico nuevo.

Pero todos los días yo tenía mi dibujo, que guardaba celosamente en una hermosa caja que escondía debajo de mi cama.

Con el transcurrir de los días el comportamiento de Emily se tornó bastante confuso, al menos para mí, ya que Patrick no se daba por aludido, él decía que así son las chicas y seguía jugando.

Los días estaban bastante cálidos y cada vez que podíamos íbamos los tres al río a bañarnos, a jugar o simplemente a ver los atardeceres. Los siguientes fueron mas ó menos igual, volvíamos del colegio, yo cargaba los libros de aquella hermosa chica y a cambio ganaba mi dibujo de la suerte, como decidí llamarlos. Jugábamos por la tarde, tomábamos la merienda…pero me daba cuenta de que Emily cada vez tenía más tarea por hacer o ayudar a su mamá o acompañar a su tía al médico. Al principio no me daba cuenta o, quizás no quería darme cuenta cuales eran las razones por las que Emily siempre tenía que irse, pero por alguna razón siempre aparecía ese chico cerca.

Otro día la esperé a la salida de la escuela, como todos los días, pero ella ya no estaba. Esperé impaciente y al cabo de un rato empecé a caminar solo a casa, pensando, meditando en todo este cambio en la actitud de Emily. Absorto en mis pensamientos levanté la vista y la vi, para mi asombro, a mi querida Emily en el banco del parque con un hermoso lazo y su vestido favorito (y el mío también) sonriendo como una tonta tomada de la mano de Paul. Boquiabierto y sin comprender nada de aquella situación llegué a casa más confundido que nunca y sin mi dibujo. Decidí no salir a jugar aquella tarde, Patrick vino a verme creyendo que estaba enfermo, me trajo unas revistas y se fue a su casa. Mamá me preparó un caldo, creyendo que estaba incubando un resfriado. Nadie entendía nada, porque yo, simplemente no entendía nada.

En los días que siguieron Emily se mostró mas risueña que nunca, con vestidos nuevos, peinados bonitos y diferentes y hasta un día vino con un brillo en los labios que le había pedido a su hermana. Tenía una alegre-felicidad que me provocaba una cólera incontrolable.

Por las noches yo miraba mis dibujos, mis preciados tesoros que guardaba con tanto cariño y pensé durante toda la noche en cómo hacer para recuperar a mi amiga. Sin dormir fui a la escuela, pero con una idea segura : declararle mi amor esa misma tarde. Pero al verla mi corazón se agitaba, me sudaban las manos y mi valentía se vino al piso cuando ella sacó de entre sus libros un hermoso dibujo de nosotros dos en el río y con letras grandes y de colores decía: JUNTOS SIEMPRE. Así que no le dije nada, tosí exageradamente y decidí esperar un poco más.

Cuando salimos de la escuela ya se había ido, yo tenía mi cabeza y mi corazón en las nubes pensando en esto cuando llegué a casa y la vi. Me escondí detrás del árbol y ahí estaban los dos. Ninguno de los dos se percató de mi presencia. En ese momento Emily sacó un dibujo, de entre los mismos libros que esa tarde había sacado el mío y le entregó un dibujo a Paul. Corrí a casa con una ira que rugía por mis huesos, podía sentir cómo la carótida bombeaba sangre sin cesar. Sentía los músculos de mi cara contraerse, la respiración pesada y sístole y diástole perfecto, a toda velocidad. Temblando de furia fui hasta mi cuarto y saqué la caja de debajo de mi cama.

Al salir por la puerta Emily me vio, quizás por mi cara de horror y furia me gritó algo, no recuerdo que fue. Corría hasta el río, escuchando mi propia respiración. Detrás de mi se oían sus gritos, llamándome. Ella corría y yo corría cada vez más rápido. No quería verla.

Al llegar al río tomé los dibujos y uno por uno los fui arrojando al agua con una maldad siniestra. Los rompía, los arrugaba y los arrojaba al agua. Odio, cólera y odio otra vez hacían mis movimientos enérgicos. Entonces apareció Emily, con lágrimas en los ojos, viendo como yo arrojaba mis preciados tesoros al agua. Entre llantos me abrazó, me imploró y yo seguía disfrutando su sufrimiento. Entonces se metió al río tratando de recuperar las formas, ahora amorfa, de sus dibujos y preguntándome entre sollozos porqué hacía todo aquello. Tenía el agua por la cintura y trataba de armarlos, pero el papel en el agua hacía un engrudo de odio, ira y papel desteñido.

FINAL I

Sin decir nada me acerqué, la abracé y hundí su cabeza en el agua. Ella pataleaba y tragaba agua, pataleaba y tragaba agua, cada tanto la sacaba, miraba sus ojos y la volvía a hundir y así, con sus dibujos, Emily se hundió, con sus colores desteñidos.

FINAL II

Ella siguió con lágrimas en los ojos, tratando de recuperar mis tesoros, sus dibujos y yo desde la orilla, rompiéndolos y arrojándolos. Trataba de juntar los rompecabezas que se formaban en el agua, hasta que el agua le llegó al cuello y empezó a no hacer pie, a pedirme ayuda y agitaba los brazos y yo, rompiendo y arrojando, mientras sentado desde la orilla, la veía hundirse junto a sus dibujos.

2 comentarios:

HecValNar dijo...

Eres muy cruel...

Leí este cuento esperando cualquiera de los finales, leo el primero, horrible, pero lógico. Veo que existe un segundo, me espero, por un momento, algo más sereno, más tranquilo, un final feliz, o al menos intermedio. Confusiones, malentendidos, algo que una en justicia a Emily con el protagonista. Leo. Me encuentro con un final todavía más cruel, más lógico. Después de un rato medito. Cual de las actitudes es peor, empujar o dejar caer...

Eres cruel, pero lógica.

La hija de la Lagrima dijo...

Hola HecValNar :
Quizas este cuento no podia tener un final feliz...no lo se. Es mas,se me habia ocurrido q los lectores sugirieran mas finales para agregar (una especie de elige tu propia aventura jaja)El dia q lo escribi estaba muy enojada x una vivencia q tuvo una persona cercana a mi con respecto a la infidelidad. No soy moralista ni mucho menos,ni soy quien para opinar sobre la vida de los demas. Emily en cierta manera le fue infiel al protagonista y éste actuó en consecuencia...Tu texto titulado INFIDELIDAD me parecio increible,si bien no te deje palabras xq me parece un tema dificil de tocar x aca.
Un beso grande,gracias x tus palabras y por estar del otro lado.
Me quede con tu pregunta: cual de las actitudes es peor;si la de empujar o la de dejarse caer...

Gran abrazo!