domingo, 17 de febrero de 2008

Ya no...

El sol se ponía
Y la luna no brillaba,
Y mis ojos no veían
La luz de tu mirada.

Cuando cantaban los grillos
Cuando las mariposas volaban
Cuando el cielo era azul
Y mi alma flotaba.

Ahora ya no brilla
Ahora la luz se apaga
Ahora ya no quiero
Estar presa de mi alma.

Pero miro hacia atrás
Y el pasado me atrapa
Me envuelve ,me asfixia
Me deja sin palabras…

Y quiero correr
Correr otra vez
Pero hasta eso me da miedo
Miedo de no volver.

Si volviera ya no sería
Y no habría sueños,
Si me quedo ya no tendría
Q ser presa de mi tiempo.

Y el tiempo no vuelve
Como tampoco los años,
Se escurren por mis dedos
Se van como el ocaso.

Miro el acantilado
Bailando en la cornisa,
Sabes no tengo miedo
Me divierte mi sonrisa.

Te asustas y lo sé
No soy idiota y me agito
Veo tus ojos asustados
Ni de mi sombra me fío.

Ya no corro ,no tengo fuerza
A veces me gusta
mirar hacia abajo y
en el agua ,la luna.

Dejáme reirme,
Dejáme soñarte,
Dejame mirate y
Dejame abrazarte.

martes, 12 de febrero de 2008

Para Vos...

Abrí la ventana,
Para ver el sol una vez mas.
Corrí las cortinas
Para no impedir la entrada
De un solo rayo de sol.
Olor a Otoño, te dije.
Lo grité al viento.
A q huele el viento?
Huele a ocres, en Otoño,
Huele a verde, en primavera,
Huele a azul, en invierno,
Huele a naranja, en verano.
Huele a vos,
Cuando estoy a tu lado.
Huele a música
Y se dibuja en el aire
Como el caballo de pentagrama.
Miro a la gente,
Q sigue sin comprender
Este silencio de blancas…
A esta gente vacía,
Carente de entendimiento…
Solo me basta
Mirarte a los ojos,
Ojos cielo, ojos puros,
Mirada pensativa,
Entre melancólica y meditabunda,
Para darme cuenta
Q sin tu mirada
El cielo no tendría el mismo brillo,
La tierra mojada
No olería a azufre,
Los árboles se secarían.
Porque en tu mirada
Y en tu risa,
Está la magia.

sábado, 9 de febrero de 2008

Otro Cuento...

La noche era una densa masa de niebla donde no se divisaba por la ventana el establo. Se sentían los caballos nerviosos, pero era inútil intentar calmarlos. Franz era viudo, sus hijos habían abandonado hacía algunos años el nido familiar. Y ya se había acostumbrado demasiado a conversar solo o con sus caballos. Aunque a veces el fantasma de Eleanor era tan palpable, su recuerdo tan tangible, su perfume tan intenso en lo más profundo del hipotálamo y su recuerdo tan inalienablemente suyo q le era imposible mantener un hilo de cordura.

Hablar con los caballos, hablar con el fantasma, hablar consigo mismo era prácticamente sinónimo.

Hacía años q la metamorfosis de la noche no lo asustaba. Q sentarse en la mesa de la cocina a oscuras era parte del ritual diario, q no sentía a su lado el calor de otro cuerpo. Solo las noches heladas, con sabanas de nadie eran parte de sus días. Y todo era inalienablemente suyo.

En la casa no había luz eléctrica, su casa era la única q había quedado en la villa. Una ruta alternativa había dejado de pasar por el pueblo y uno a uno de sus habitantes se fueron marchando de aquel lugar. Quedando solo Franz y su establo viejo. En tiempos lejanos había servicios, y entre los servicios había comunicación telefónica. El viejo teléfono negro seguía en su sitio, en la mesita redonda, sobre un hermoso camino q Eleanor había tejido. Ahora el camino era amarillento, y el teléfono era una montaña de polvo.

El invierno se hacía cada año mas crudo, las heladas devastaban todo su terreno y sus caballos eran cada vez más viejos. La semana pasada había perdido otro animal debido al clima. Había veces en las cuales era imposible salir de la villa y así pasaba sus días en soledad, con sus fantasmas, sus paredes descascaradas por los años y su teléfono arrumbado.

Un día, al venir del establo porque uno de sus caballos estaba herido, entró en su casa en busca de vendajes y algún antibiótico vencido del botiquín cuando ocurrió algo inesperado. El teléfono negro comenzó a sonar. El teléfono negro estaba desconectado, el viejo teléfono polvoriento no tenía línea porque allí no había cables telefónicos.

Se paró delante del teléfono y su corazón empezó a latir con fuerza dentro de su pecho, las arterias se dilataron y el fluido de su torrente sanguíneo comenzó a galopar con fuerza.

- Debo estar volviéndome loco.

El teléfono siguió sonando y Franz, ante la propia curiosidad atendió.

Contestó al teléfono con un susurro -¿…Si…?

La voz amorfa, sin sexo, sin expresión del otro lado de la línea habló. No era una voz conocida, no. No era la voz de Eleanor, no. No era la voz de nadie y sin embargo le habló de la luz. Le habló de un pasado. Le habló de su otra vida. Y Franz cortó. Se quedó anonadado ante esa llamada y encendió su pipa.

El teléfono volvió a sonar y esta vez Franz atendió sin dudar.

-¿Q quieres? ¿Quién eres?

-No importa.

-Acaso es una broma?

-Soy tú.

-Quien?

-Tú.

-…

-Estoy en otro tiempo, en otro espacio, soy tú en otra vida pasada.

Franz pestañeaba y no podía creer toda aquella locura. Se frotaba los ojos y su corazón seguía galopando como un corcel.

-Tenemos algo pendiente. Y estás donde no debes estar. Cuantos años tienes?

-57

- Estás seguro?

-Busca en el ropero, en las cosas de Eleanor. Hay una caja azul. Dentro hay unas cartas, junto a las cartas verás una foto, la foto está fechada. Tráela.

Franz sin pensar fue donde el Otro le decía, sin pensar en la locura de todo aquello y buscó la caja azul. Volvió a sentarse al teléfono y buscó.

Efectivamente había unas cartas q él le había escrito a su mujer en juventud y estaban las fotos…

-¿Q fecha tienen las fotos?

-1968

-En q año vives Franz?

-1978

-Mira el almanaque.

-Es q acaso no entiendes? Estamos en 1978!!

-Mira la foto de la playa, dale vuelta, mira la fecha y la dedicatoria.

-Pero…si nunca estuve en la playa…

-Búscala.

Y para su asombro, ahí estaba. El, Eleanor, sus hijos, en la playa. La dio vuelta y sus ojos se asombraron tanto q casi no podía leer. Año 1996.

Volvió a mirar el almanaque. 1978.1996. Su casa estaba sumida en una terrible oscuridad. El silencio de sus paredes parecía un grito ahogado y sus labios no podían emitir sonido alguno. El tenía 75 años, su establo no tenía caballos, Eleanor no estaba a su lado y sus hijos se habían olvidado de él.

Por primera vez se dio cuenta q no existía. Q además de un viejo solitario había sido un necio para intentar olvidar y en el intento de intentar de olvidar se había olvidado de vivir.

La voz del otro lado le dijo – Tú no existes, porque Eleanor no te ha conocido. Eleanor nunca ha muerto y tus hijos no han nacido…

El Piloto.

El piloto se sentía nervioso. Otra vez arriba de la nave q lo llevaría a un destino marcado. Como siempre, se sentaba solo en un rincón. Esperando la llegada del alba, su única compañía abordo. Las ventanas estaban gastadas, había rayones dibujados en el tiempo y un dejo de nostalgia dibujado en sus ojos. Se preguntó si había recordado apagar las luces de su casa. Si la boleta del teléfono había vencido, si su gato tendría comida suficiente.
Cualquier cosa sería buena, cualquier excusa sería válida para olvidar el miedo q le provocaba cada vez q subía al avión. El quería ser dibujante, pero eso era para vagos, decía su padre. No podía vivir de sus dibujos, no dejaba de repetirse cada vez q agarraba un papel y lápices y explayaba todo su talento en una servilleta, un boleto, el borde de un libro o sus hojas de dibujo favoritas Nro 5.
Yo no trabajé toda mi vida para q vos pierdas el tiempo haciendo pavadas. Tenés q estudiar, formarte, quemarte las pestañas y saber lo q es el sacrificio, le decía su padre cada q vez q lo veía hacer garabatos intangibles en el plato de sopa.
Sus compañeros hacían bromas, contaban anécdotas inventadas, sobre señoritas hermosas a las cuales se habían llevado a la cama y él se limitaba a mirarlos y sonreir cada vez q le pedían opinión…su cuerpo estaba en el avión, pero su mente y su alma estaban a años luz de todo aquello.
¿Habré cerrado bien la puerta?
Otra vez quería pensar en nada y someterse a esta tortura q le habían impuesto ya q no era su destino, era la obligación mas absurda q jamás había imaginado.
Pensó en las nubes, y como en su plato de sopa empezó a dibujar con la mirada las formas q tenían. Con un lápiz imaginario le dio vida, forma y color al cielo…
¿Habré cerrado bien la puerta?
El momento se acercaba, los pilotos empezaban a ponerse sus equipos y a disponerse en sus posiciones establecidas. Se terminaron las bromas, se esfumó la algarabía general, y cada uno se preparó en su puesto.
Uno a uno se fueron tirando, hasta q le tocó el turno a él. Todavía luchando contra sí mismo, preguntándose porque no había tenido el valor suficiente para ser dibujante profesional y enfrentarse a su padre. Porque había sacrificado su vida para ser algo q él no era, porque no se había casado con Laura estando tan enamorado, porqué su mamá lo obligaba a comer la tarta de brócoli q él tanto aborrecía, porque no se acordaba si había cerrado bien la puerta, si había apagado las luces de su casa o del porqué tenía gatos en su casa.
Pensó en su paracaídas q ya no le interesaba, pensó en cuantas estrellas habría en el cielo, pensó en Laura, pensó en sus dibujos, en sus nubes, y se tiró.
Caída libre, pensó, mientras sentía la presión en el cuerpo. La adrenalina corría por sus venas al tiempo q se estremecía por el viento helado q deformaba su rostro debido a la velocidad…Tiró del cordel. No respondió. Volvió a tirar al punto q comenzó a crecer su desesperación. El paracaídas no respondió. La tierra se acercaba mas y mas y la velocidad aumentaba junto con su gran desesperación.
Y se volvió a preguntar si había cerrado bien la puerta…y si había pagado bien sus impuestos.
Siguió cayendo. Y cayó.
Los gritos de la calle lo despertaron. Abrió los ojos todavía con sueño y miró hacia fuera. El sol estaba rajante, casi no había nubes, entonces apeló a su imaginación y con el dedo índice dibujó unas caras sin rostro. Luego siguieron otras figuras, pero ya era hora de ponerse a trabajar.
Fue al baño, se lavó la cara y se miró. Esta vez el reflejo no lo engañaba. Había cerrado su casa, los perros tenían comida (odiaba a los gatos) y la noche había sido una temible pesadilla. Pensó en su sueño y se alegró de haber despertado. Nunca me gustó volar, pensó. Fue a su estudio y antes de eso se detuvo a mirarla. Laura. Desnuda en la cama q compartían ambos, desde hacía años. Estaba tan hermosa como cuando la había conocido, en la escuela de dibujo, cuando se escapaba de la escuela de pilotos.
Hora de trabajar, pensó. Y se puso frente al tablero de dibujo y con el dedo hizo el primer croquis q lo llevaría a un nuevo trabajo para la revista.

El Perro.

Estaba nublado, el viento arremetía con furia. Miró por la ventana, entonces ella pensó en las estrellas q no veía. Pero sí sentía en su corazón. Estaba cansada, otra vez la migraña la aturdía y se sentía dentro de un libro de Lewis Carroll. La tortuga gigante, el conejo corriendo todo el tiempo contra el tiempo, el feliz feliz no cumpleaños…tomó una ex gaseosa (ahora no tenía gas, hacía días q estaba en su heladera) volvió a mirar por la ventana, se puso el gamulán gastado y salió. Volvió a mirar el supuesto cielo con estrellas pero éstas seguían si dar señales.
Afuera el viento y la llovizna que empezaba a caer sobre el asfalto la relajó. Entonces su migraña pareció disiparse, como la neblina cuando el sol dice presente. Así emprendió su camino hacia nosedonde. No importaba el lugar, ella necesitaba salir de su melancolía y de sí misma. Quizás un poco de aire aclare mis ideas, pensó. Quizás la llovizna lave mis pensamientos oscuros de hoy.
Como no tenía idea de adonde se dirigía paró en un kiosco de revistas y compró un magazine q le pareció el mas patético q haya leído en su vida. Quizás leer un poco de lectura shampú me distraiga…quizás, quizás, quizás.

La noche se prestaba para un buen vino, mas no tenía la buena compañía con quien saborearlo. Así q se limitó a caminar en la fría noche.
Por primera vez se dio cuenta de la kermesse q era la cuidad. Policías, abogados, mendigos, maestras, prostitutas, niños de la calle, abuelas, falsos astrólogos, gitanas, músicos callejeros, gatos en celo, perros sarnosos…
Volvió a pensar en Alicia y en Lewis Carroll. Esta vez se acordó de la reina de croquet q quería a toda costa cortarles la cabeza a todos los naipes, incluida a ella. Este juego es muy difícil y complicado, pensó. Así como mi vida.
Entonces sintió pasos, detrás de sí. Se apuró. Los pasos se acercaban más y más. Este juego de croquet ya no me gusta, debería haberme quedado en casa, maldijo su migraña, sintió el miedo correr por sus huesos. Ya era tarde, no tenía el vino, ni la buena compañía, ni las estrellas de cielo, no había tortugas gigantes, ni cuadrillas de langostas, ni siquiera un conejo loco corriendo contra el tiempo para llegar a ningún lado. El sombrerero del feliz feliz no cumpleaños era también parte de su mentira. Esta vez el gato de Cheshire la había embaucado nuevamente. Nada de eso ya importaba. Esta vez debía encontrar la salida por su cuenta. Esta vez ella misma debería ser Alicia y subir por la conejera donde había entrado.

Se olvidó de la llovizna, del viento q arremetía con furia, de la kermesse de la calle, solo quería salir de la maldita conejera. Su vida daba tumbos y tomaba rumbos inciertos cada vez q quería ver la luz del día. En realidad nadie sabía como ella se sentía realmente…
Volvió a sentir los pasos detrás, giró. Se miraron fijo. Ahí estaba él, rascándose la oreja con la pata, con su piel lastimada supurando un líquido de extraño color. Casi no tenía dientes pero a pesar de las dificultades parecía sonreir
Como el gato de Chershire. En un momento ella titubeó, no sabía la reacción q podría tener el animal. Entonces éste se levantó, cojeando de una pata y pasó a su lado mientras meneaba la cola.
Buscando un refugio, bajo las estrellas, q él tampoco veía, pero sí sentía en su corazón.

Ya no pensó más en el vino q no degustaría en compañía, ni en la gente q pasaba a su lado en la calle, ni en el tiempo q sabría no podía detener. Nadie iba a cortarle la cabeza por decir lo q pensaba, la Reina de croquet no tendría el valor de dar su veredicto porque ella, al igual q Alicia se había hecho gigante. Ya su alma no tendría q llorar porque esta vez su vida dependía de ella, de sus decisiones, de su valor, de su lucha constante contra las puertas q se cierran.
El perro se había detenido a su lado, la miraba con complicidad, sonreía sin dientes, emanaba un olor putrefacto y seguía a su lado. La acompañaba a su paso hacia nosedonde. Y así se quedaron, lo invitó a su casa. Y así se volvieron a quedar, todas las noches, cada noche, mirando por la ventana, buscando las estrellas en las noches nubladas, cuando el viento arremetía con furia, cuando ella se sentía cansada. Ya eso no importaba. Ahora nada de eso importaba. Siempre había alguien esperándola, con una sonrisa sin dientes, ahora sin olor, ahora sin sarna. Ahora sí tenía compañía para degustar un buen vino. Alguien q la esperaba y pasaba a su lado mientras meneaba la cola.