miércoles, 30 de marzo de 2011

La Receta

Nélida y Esther tomaban puntualmente el té a las cinco. Nélida y Esther jugaban a la canasta con las señoras del Royalty. Eran gemelas.

Nélida había sido la nena de papá en su infancia, había tenido excelentes notas en la escuela, se había recibido de profesora de piano y había tenido algunos novios en su juventud, pero terminó casándose con Alfredo.

No había tenido hijos y hacía cinco años que había enviudado.

Esther por su parte y en contrapartida a su hermana había sido una niña sumisa, siempre pasando desapercibida. Viviendo a la sombra de Nélida y cuidando de sus padres hasta que estos murieron.

Hasta se había quedado llorando como una estúpida en silencio cuando Alfredo se casó con su hermana. Alfredo, el único amor de su juventud.

Nélida, egoísta, despótica, perversa, se fue a vivir con Esther luego del fallecimiento de Alfredo ya que había perdido la casa debido a las deudas que tenía por el juego.

Esther acostumbrada a su vida sumisa, acogió a su hermana y hasta le dio su propio cuarto, pero poco a poco, la actitud posesiva y dominante de Nélida la hicieron ama y señora nuevamente de la casa de Esther y hasta de sus amigas.

Esther cocinaba día y noche, limpiaba, tejía, surcía por y para su hermana. A pesar de todos sus esfuerzos, la pérdida de dominio, protagonismo y autoridad de su hogar era constante y la exclusión de su grupo de amigas del Royalty era inminente.

Pronto se acercaba la cena de fin de año, que todas las señoras del club esperaban con ansias para lucirse.

Esther, por su parte, muy entusiasmada y luego de limpiar la sangre de la alfombra durante horas empezó a trozar la carne (que por cierto era muy dura).Lavó las verduras y buscó una receta deliciosa para el banquete en el libro de Doña Petrona.

La respuesta más difícil ó La incógnita

Siempre había creído que la felicidad estaba a la vuelta de la esquina. Entonces se pasaba los días doblando las calles, cruzando esquinas, buscando, esperando.

Terminaba su día, paraba a tomar café, llegaba a su casa y se sacaba los zapatos. Los pies le dolían porque las suelas estaban gastadas y húmedas, con olor a moho y ajadas.

Todos los días salía a la calle a buscar la felicidad a la vuelta de las esquinas, esperando.

Su madre siempre le dijo que las cosas nunca salen como se espera y que para qué buscar, si al fin y al cabo uno nunca logra ser feliz.

Su amiga Lucía decía que en un gran amor se encontraba la felicidad. Abril creía que la felicidad era poder realizarse en la vida con el trabajo soñado, tener una linda casa, un auto lujoso y viajar por el mundo y hacerse budista. Entre su lista también figuraba comer sano y revolcarse con hombres que no quisieran compromiso y cosas raras.

Eugenia, que no podía tener hijos y hacía 10 años que estaba casada, creía que la felicidad plena solo llegaría si pudiera tener hijos con Claudio, su marido.

Entonces Inés, que pasaba sus días pensando en qué podría ser la felicidad para ella, seguía doblando esquinas, cruzando calles y avenidas y plazas y cafés y zapatos gastados y flores marchitas y tiempo que se escurría.

Ella, a diferencia de sus amigas, había vivido siempre bajo el ala materna y pocas veces había estado con un hombre, jamás había tenido un orgasmo y solo iba de su casa (prolijamente ordenada y limpia) al trabajo.

Tantas esquinas dobló, que casi sin darse cuenta la vida se le fue escapando.

Abril solo vivía para los negocios, viajaba solo por razones laborales, se hizo varias cirugías y ya casi no se veían.

Lucía se juntó con un tipo, que lejos de ser un amor real, la golpeaba todo el tiempo y terminó en terapia intensiva.

Eugenia contrajo cáncer de útero y murió al poco tiempo sin lograr ser madre.

E Inés, pobre Inés, siguió gastando mas suelas y desperdiciando su vida en busca de la felicidad.