jueves, 19 de agosto de 2010

Perfectamente Imperfecto

Amo el otoño de tus ojos. Color caoba, color chocolate, color almendra. Contemplarlos durante días, horas, contemplarlos mientras dure mi vida. Bajar por tu nariz, recta, pequeña, perfecta. Seguir a tu boca hermosa, risueña, alocada. Entonces tu boca me atrapa, fruto de tus besos cuando nuestros labios se rozan. La lengua se aproxima sigilosa, tibia, rozando la comisura de tus labios y tus dientes. La piel se eriza cuando tus manos recorren mi cuerpo, cuando te miro, cuando te veo así, sin ropas y puedo contar cinco dibujos negros en tu piel y siete cicatrices acomodadas en tu espalda, rodilla y vientre.

Amo el blanco de tu piel desnuda, amo el rosado de tu cara, amo tu voz cuando hacemos el amor. Amo tu silencio de blancas. Amo que odies cuando hablo tanto, porque hablo en semifusas, porque ni yo me escucho, porque soy como una hoja escrita hasta los márgenes. Amo que me lo digas, para mejorarlo.

Amo que me leas, que me hagas reir, dormir a tu lado. Que seas lo primero que veo al levantarme cuando dormimos juntos. Tus ojos hinchados por la mañana, tus juegos de Principito, tus formas de pensar y ver el mundo.

Amo sentir cuando entras en mí, dulzura/ amor, deseo/ amor/ fuego/ amor/locura/ amor/ violencia/ amor/placer/ amor/ metal/ amor.

Sentirte gemir, sudar, que me tapes la boca y me sodomises a tu encanto.

Amo cada cosa, cada momento. Amo amarte.

Amo el otoño de tus ojos, otoño, cuando te conocí.

Dibujos en el agua

Emily, Patrick y yo éramos amigos de toda la vida. Emily vivía frente a mi casa, un barrio tranquilo sobre la calle Los Sauces. Patrick vivía al lado, una ligustrina perfectamente cortada separaba su casa de la mía. Cuando volvíamos de la escuela jugábamos en la vereda hasta que mamá o la mamá de los otros chicos nos llamaban y cada uno se iba a su casa a merendar.

Mi casa era baja, de estilo americano, teníamos un jardín al frente (pequeño) y terreno al fondo donde Lila, la ovejera alemán corría de un lado a otro. Mamá y la abuela dormían en el mismo cuarto que daba contiguo al mío.

Todas las tardes, traía los libros de Emily, que si bien pesaban mucho junto a los míos, cargaba orgullosamente porque sabía que parte de ser un caballero era ser atento con las chicas y como estaba loco por Emily debía hacerlo, aunque ella jamás me lo pidiera.

Lo más lindo era acompañarla hasta su casa porque como ya se había hecho costumbre al llegar allí me regalaba un dibujo. Ella dibujaba muy bien y mas de una vez nos dibujaba a Patrick y a mí en situaciones muy cómicas o haciendo muecas. Si bien Emily me gustaba mucho yo jamás se lo había hecho saber, ni siquiera a Patrick que era mi mejor amigo. A esta edad resulta bastante embarazoso decirle a alguien que nos gusta una chica por más amigo que sea.

Además él todavía era muy infantil y todavía, a veces hablaba con sus amigos imaginarios.

Como sea, nosotros siempre la pasábamos bien juntos, a veces caminábamos hasta el río arrastrando cada uno una rama, dejando dibujos impresionistas sobre la calle de tierra.

Un día al volver de la escuela vimos un enorme camión de mudanzas frente a mi casa o, mejor dicho, frente a la casa de Emily. Una propiedad muy bonita se situaba ahí, con un garage para dos autos y un hermoso jardín. Detrás del camión había un auto del que bajó una familia con un niño de nuestra edad.

La madre de Emily estaba en casa contándole a mamá y a la abuela sobre la llegada de los nuevos vecinos.

Una tarde mamá hizo una torta y quiso que Patrick y yo la lleváramos enfrente para darle la bienvenida a los nuevos. Nosotros, con cara de pocos amigos, ya que nos cortaba el juego accedimos a regañadientes y cruzamos a la acera de enfrente. Justo cuando cruzábamos vimos a Emily que venía a jugar con nosotros. Estaba hermosa con un bonito vestido celeste y una cinta blanca anudada al pelo. Patrick la invitó y fuimos los tres.

Abrió la puerta un niño con mala cara, vestía ropa cara y olía muy bien. Cuando estábamos dando la bienvenida el niño arrebató la torta de mis manos y dio un portazo en nuestras narices. Sin comprender lo que sucedía nos miramos el uno al otro y ahí reparé en la hermosa sonrisa que se dibujaba en rostro de Emily y en sus mejillas sonrosadas. Muy confundido despedí a mis amigos y me fui a casa sin decir más.

Al día siguiente, para mi asombro descubrí que Paul, así se llamaba el chico de enfrente, estaba también en mi escuela. Todo el mundo lo observaba, las chicas de mi clase se codeaban y reían tontamente, las maestras lo consentían por ser el ¨chico nuevo¨ y por venir de una escuela de nombre largo y complicado.

Si bien esto me molestaba bastante, al final del día no tenía relevancia, Emily como todos los días me regalaba un dibujo y se seguía comportando de la misma manera conmigo. Claro que esto cambió al poco tiempo. Un día que jugábamos a la pelota noté que Emily estaba sumamente distraída, le pregunté qué le pasaba y solo dijo que estaba cansada y que tenía que ayudar a su mamá. Al rato la vi conversando con el chico nuevo.

Pero todos los días yo tenía mi dibujo, que guardaba celosamente en una hermosa caja que escondía debajo de mi cama.

Con el transcurrir de los días el comportamiento de Emily se tornó bastante confuso, al menos para mí, ya que Patrick no se daba por aludido, él decía que así son las chicas y seguía jugando.

Los días estaban bastante cálidos y cada vez que podíamos íbamos los tres al río a bañarnos, a jugar o simplemente a ver los atardeceres. Los siguientes fueron mas ó menos igual, volvíamos del colegio, yo cargaba los libros de aquella hermosa chica y a cambio ganaba mi dibujo de la suerte, como decidí llamarlos. Jugábamos por la tarde, tomábamos la merienda…pero me daba cuenta de que Emily cada vez tenía más tarea por hacer o ayudar a su mamá o acompañar a su tía al médico. Al principio no me daba cuenta o, quizás no quería darme cuenta cuales eran las razones por las que Emily siempre tenía que irse, pero por alguna razón siempre aparecía ese chico cerca.

Otro día la esperé a la salida de la escuela, como todos los días, pero ella ya no estaba. Esperé impaciente y al cabo de un rato empecé a caminar solo a casa, pensando, meditando en todo este cambio en la actitud de Emily. Absorto en mis pensamientos levanté la vista y la vi, para mi asombro, a mi querida Emily en el banco del parque con un hermoso lazo y su vestido favorito (y el mío también) sonriendo como una tonta tomada de la mano de Paul. Boquiabierto y sin comprender nada de aquella situación llegué a casa más confundido que nunca y sin mi dibujo. Decidí no salir a jugar aquella tarde, Patrick vino a verme creyendo que estaba enfermo, me trajo unas revistas y se fue a su casa. Mamá me preparó un caldo, creyendo que estaba incubando un resfriado. Nadie entendía nada, porque yo, simplemente no entendía nada.

En los días que siguieron Emily se mostró mas risueña que nunca, con vestidos nuevos, peinados bonitos y diferentes y hasta un día vino con un brillo en los labios que le había pedido a su hermana. Tenía una alegre-felicidad que me provocaba una cólera incontrolable.

Por las noches yo miraba mis dibujos, mis preciados tesoros que guardaba con tanto cariño y pensé durante toda la noche en cómo hacer para recuperar a mi amiga. Sin dormir fui a la escuela, pero con una idea segura : declararle mi amor esa misma tarde. Pero al verla mi corazón se agitaba, me sudaban las manos y mi valentía se vino al piso cuando ella sacó de entre sus libros un hermoso dibujo de nosotros dos en el río y con letras grandes y de colores decía: JUNTOS SIEMPRE. Así que no le dije nada, tosí exageradamente y decidí esperar un poco más.

Cuando salimos de la escuela ya se había ido, yo tenía mi cabeza y mi corazón en las nubes pensando en esto cuando llegué a casa y la vi. Me escondí detrás del árbol y ahí estaban los dos. Ninguno de los dos se percató de mi presencia. En ese momento Emily sacó un dibujo, de entre los mismos libros que esa tarde había sacado el mío y le entregó un dibujo a Paul. Corrí a casa con una ira que rugía por mis huesos, podía sentir cómo la carótida bombeaba sangre sin cesar. Sentía los músculos de mi cara contraerse, la respiración pesada y sístole y diástole perfecto, a toda velocidad. Temblando de furia fui hasta mi cuarto y saqué la caja de debajo de mi cama.

Al salir por la puerta Emily me vio, quizás por mi cara de horror y furia me gritó algo, no recuerdo que fue. Corría hasta el río, escuchando mi propia respiración. Detrás de mi se oían sus gritos, llamándome. Ella corría y yo corría cada vez más rápido. No quería verla.

Al llegar al río tomé los dibujos y uno por uno los fui arrojando al agua con una maldad siniestra. Los rompía, los arrugaba y los arrojaba al agua. Odio, cólera y odio otra vez hacían mis movimientos enérgicos. Entonces apareció Emily, con lágrimas en los ojos, viendo como yo arrojaba mis preciados tesoros al agua. Entre llantos me abrazó, me imploró y yo seguía disfrutando su sufrimiento. Entonces se metió al río tratando de recuperar las formas, ahora amorfa, de sus dibujos y preguntándome entre sollozos porqué hacía todo aquello. Tenía el agua por la cintura y trataba de armarlos, pero el papel en el agua hacía un engrudo de odio, ira y papel desteñido.

FINAL I

Sin decir nada me acerqué, la abracé y hundí su cabeza en el agua. Ella pataleaba y tragaba agua, pataleaba y tragaba agua, cada tanto la sacaba, miraba sus ojos y la volvía a hundir y así, con sus dibujos, Emily se hundió, con sus colores desteñidos.

FINAL II

Ella siguió con lágrimas en los ojos, tratando de recuperar mis tesoros, sus dibujos y yo desde la orilla, rompiéndolos y arrojándolos. Trataba de juntar los rompecabezas que se formaban en el agua, hasta que el agua le llegó al cuello y empezó a no hacer pie, a pedirme ayuda y agitaba los brazos y yo, rompiendo y arrojando, mientras sentado desde la orilla, la veía hundirse junto a sus dibujos.

El amo de las cuatro cuerdas

Y te escondías bajo una mirada distante, detrás de cuatro cuerdas texturazas y el arma con brillo. Brillo, eso te carcomía porque te empecinabas en esconder, esconder-te.

Y las gentes vagaban y pasaban y simplemente pasaban a tu lado, ignorando, ignorando-té.

Todo giraba, alcohol, risas, porros, cigarros y otras yerbas. Toda una atmósfera nauseabunda y todos seguían ahí, sin ver.

Ella pasaba y solo era un par de tetas, un vaso más, vacío, para el resto de las gentes. Una bocanada de humo y deseo esquizoide de nadie.

Ella era más que eso, pensó, ella llevaba dolor en su garganta, proyección hostil en su voz y frentes de tormenta a cuestas.

No era de nadie y todos seguían ahí, sin verla.

La música disco aturdía aún a los muertos, el frenesí, los movimientos sensuales, sexuales, se apoderaban de todo y de todos.

El habló, quizás una idiotez, pero ella se estrelló ante sus palabras.

Todo se detuvo.

Se detuvo su vida ante su mirada, esos ojos, quizás…soñados?...quizás?

Era él su musa de poemas escritos al viento? El amo de sus sueños, Morfeo? La voz de su conciencia? El príncipe sin espada? Su caballo de papel…? Cómo saberlo…era él, simplemente él.

Jamás lo imaginó, porque ya simplemente ninguno de los dos esperaba nada. Jamás creyó que en ese lugar frívolo y carente de ideas ella iba a encontrar al amo de las cuatro cuerdas texturadas.

LA MALDITA

Su presencia me irritaba. Su cabello, como una cortina dorada me fastidiaba. El sonido de su risa que años anteriores alegraba mis días, hoy detestaba a tal punto que luego de contemplar su cuerpo decidí matarla. Arrancarla de mi lado. Soltar al vacío su presencia tediosa, su inefable voluntad soñadora de vivir.

Era la hija de un bufón, una reina despótica, la soberana de su reino…y el mío.

Había convertido mi vida en un calvario, con su burlona sonrisa, sus malditos sueños, su tan preciada libertad. Todo su imperio se regía por sus reglas inútiles, desmedidas, caprichosas, implacables.

Su mirada era como un caleidoscopio, como entrar a un túnel siniestro del que ya no podía salir con vida.

Su pelo, esa cortina dorada que tanto odiaba, caía por sus hombros como una hermosa catarata y me hacía caer en sueños. Aborrecía su sonrisa. Esa carcajada que retumbaba en mis oidos, esa pseudo-felicidad que contagiaba, ese empecinado optimismo del que quería hacerme partícipe, esa maldita voluntad de vivir!

Oh…! Como odiaba todo aquello, como odiaba el haberla conocido, como odiaba su maldita vida!

Sr Juez :

Pido perdón por odiarla tanto, por acabar con su patética-feliz-vida. Porque si vamos al caso, mi vida vale mas que la de ella…y la de cualquiera.

Mientras escribía esto ella se despertó, lo miró a los ojos y con el esbozo de una amplia sonrisa dijo :

- Buen día amor, como has dormido?

- Muy bien querida, quieres una taza de café?

Los Otros y Ninguno ( Nosotros )

Tomaría otras manos

Para que sus dedos

Se escurran

Como un reloj de arena.

Caminaría junto a otro

Para ver que Buenos Aires

No tiene paisaje alguno.

Miraría otros ojos

Para ver dos simples pupilas,

Iris, pestañas que no ven nada,

Porque no me veré en ellos.

Seguiría otros pasos

Para darme cuenta

Que llevan a “ningúnlado”.

Le enviaría una carta a otro

Para que

Solo fuera espacio carente.

Leería con cualquiera,

Para obtener literatura vacía.

Besaría otras bocas

Para afirmar que

Un beso es TODO o NADA.

Me acostaría con otros

Para no sudar más

Y abolir el placer.

Le diría : Te Amo

A aquel hombre,

Para inmolar mis sueños.

Si te digo todo esto

Es porque no lo haría.

Porque el amor,

Desde aquel día

En que tus ojos

Se posaron mí,

Se detuvo mi vida,

Porque el amor ahora

Tiene un nombre : el Tuyo.

Sola moriré,

Porque sola nací.

Solo quiero

Caminar a tu lado

El resto que quede de vida,

Para construir juntos.

LA HORA SEÑALADA

Bajaba las escaleras del primer día de la semana. No había dormido bien. El frío y la escarcha hacía que se le dificultara la respiración.

Se dirigió al café mas cercano. Necesitaba un café bien fuerte. Necesitaba un café para matar su resaca.

Se dispuso a sentarse en una mesa al fondo del café, ahí había poca luz y a esa hora no había demasiada gente. Tomó el diario y lo hojeó, se detuvo en los policiales donde se hallaban las mismas horrendas noticias : otro niño asesinado, asaltos al banco con rehenes y protestas y…y… mas de lo mismo.

Pidió un café mientras presionaba el ceño con sus dedos, el dolor de cabeza no cesaba. Dejó la propina y caminó hacia su trabajo.

La misma oficina, la misma gente, el mismo café hervido de siempre.

Se cruzó con Gutierrez en el pasillo y comentaron el partido de la jornada anterior. Trabajó con la inercia propicia de los lunes y en un momento llegaron las 19 hs.

Hora de salida.

Llegó a su casa, se quitó los zapatos, tomó una cerveza fría y prendió la tv poniendo los pies en la mesita ratona. Le dolían los pies, le dolían los malditos pies. La resaca seguía inerte. Necesitaba descansar.

Se durmió con la tv prendida, la cerveza a medio tomar (ahora caliente) derramada sobre el sillón mojando sus pantalones : -Mierda!

Apagó la tv y se dirigió a su cuarto, se quitó el pantalón, la camisa y se tiró en la cama. Estaba cansado. Cansado de su rutina, de su monotonía, cansado de su solitaria vida, cansado de ver cómo cambiaban los dibujos de las sábanas vacías. Cansado de saber que estaba solo debido a su arrogancia, cansado de pensar en Laura y saber que ya no volvería por su culpa.

Dio vueltas y mas vueltas hasta que en algún momento de la noche se quedó dormido. Una mano cálida, una caricia que empezó en su rostro y fue lentamente bajando hasta el muslo, un susurro suave, su voz. Si, era su voz, lo despertó agitado. Todavía sentía su mano, su caricia, su voz recorriéndole el cuerpo lo despertó para darse cuenta que una vez mas, estaba solo.

Se dirigió a la cocina, tomó un poco de agua, se mojó la cara y volvió a su cama.

Otra vez vueltas y mas vueltas hasta que la claridad de la mañana empezó a filtrarse por la ventana. Poco tiempo pasó y su despertador sonó.

Bajó las escaleras, era el segundo día de la semana.

Su día en la oficina no tuvo relevancia alguna, se vio con Gutierrez y Espinoza, se cruzó con Juarez en el ascensor y le contó q iba a ser padre por cuarta vez. Qué ironía, pensó, traer a pequeños condenados a tener una vida de mierda.

Otra vez el reloj, dio las 19 hs.

Por estos días habló con su madre, anunciándole que el tío Víctor se jubilaba, que a la tía Elvira la operaban de una hernia, que su padre nosequé del colesterol y que básicamente era un desalmado por no verlos mas seguido. También tomó unas copas con unos compañeros de trabajo, fue a bares nudistas y la vida se le siguió antojando vacía y amarga como en sus últimos meses.

Nada lo completaba, todo le parecía ajeno. Nada ni nadie hacía que su vida se llenara.

Tomó el teléfono, marcó el número de Laura y cortó. Entonces pensó en qué decir luego que ella se había ido a lo de su madre, forma moderada y geométrica de decir que lo había abandonado. Abrió un libro de la biblioteca, lo hojeó pero no veía una sola palabra, solo pensaba en Laura.

Había sido un idiota desmesurado, había sido un cobarde, un arrogante, un estúpido por no decirle cuanto la amaba y cuanto la echaba de menos. Cuánto se habían distanciado en los últimos tiempos. Las excusas para llegar tarde a casa y la insoldable soledad a la que se había y LE había inducido.

Era la quinta noche de la semana.

Bajó las escaleras, compró cigarrillos, se fue a la estúpida oficina. Con humor de mil demonios transcurrió su día hasta que el reloj dio las 19 hs.

Fuera el aire era espeso, hediondo o así le resultó. Compró una botella de su wisky favorito, subió las escaleras, se quitó los zapatos y prendió la tv cambiando de canal varias veces pero no había nada que le interesara.

Con el wisky se armó de valor , tomó el teléfono otra vez y con seguridad marcó el teléfono de Laura. Del otro lado contestó una mujer cuya suave voz le era tan familiar. No contestó. La mujer volvió a decir : -Hola…? Y él, que era un cobarde colgó. Sí, era un mísero cobarde.

Volvió a llamar. Solo sonó una vez y la mujer contestó.

- Hola?

- Laura?

La mujer se quedó callada por unos segundos.

- Si…

- Me pregunto si podríamos vernos, tomar algo y conversar, por los viejos tiempos (fue lo único que atinó a decir, sabiendo que hablar no era precisamente su fuerte: otra idiotez)

- No lo sé…es que voy a casarme el mes entrante.

Silencio. Sus palabras fueron como un puñal. Podía sentir cómo el filo de sus palabras le cortaban el aire y desgarraba su carne donde veía su sangre salir a borbotones.

- Pero…está bien, creo que debería devolverte tu anillo de compromiso.

- -Ehh…está bien. Dime cuando.

- Mañana?

- Ok.

- Voy a tu casa.

- Adiós.

Colgó el aparato. Todavía podía sentir como su sangre corría fuertemente por sus venas, como el aire fétido se condensaba en una espesa nube de tabaco y humedad. Dejó caer su pesado cuerpo y se sirvió wisky, luego de ese se siguieron mas, hasta que el frío vidrio quedó sediento de líquido.

Corrió al baño y vomitó, se mojó la cara y arrastró hacia su cama. La misma cama que había compartido con Laura, la misma Laura que se había cansado de él, la misma Laura que iba a casarse con otro.

Se durmió con su borrachera, el pantalón puesto, la camisa con olor a vómito. Al despertar su cabeza giraba como un carrousel. Tomó una ducha, se preparó un café cargado y salió a caminar. El día le pareció mas gris que nunca, el frío le corría los huesos y su cabeza no paraba de pensar. Pensar, ESO debería haber hecho antes de llamarla. Faltaban solo unas horas para su encuentro y no encontraba las palabras ni el modo de decir lo que iba a decir después de tanto tiempo.

Finalmente se hizo la hora, se tomó otro wisky y esperó. Al momento se oyó un taxi con la voz inconfundible que tanto conocía. Oyó el crujido de las escaleras y el taconeo de sus zapatos.

Se puso detrás de la puerta. Era el séptimo día de la semana. El momento de ver a Laura, el momento que tanto había deseado.

Tocaron de afuera tres veces a la puerta y una voz de adentro le dio la orden de entrar. Detrás de la puerta mirando el brillo de la 9mm el hombre disparó.

Eran las 19 hs.