Estaba nublado, el viento arremetía con furia. Miró por la ventana, entonces ella pensó en las estrellas q no veía. Pero sí sentía en su corazón. Estaba cansada, otra vez la migraña la aturdía y se sentía dentro de un libro de Lewis Carroll. La tortuga gigante, el conejo corriendo todo el tiempo contra el tiempo, el feliz feliz no cumpleaños…tomó una ex gaseosa (ahora no tenía gas, hacía días q estaba en su heladera) volvió a mirar por la ventana, se puso el gamulán gastado y salió. Volvió a mirar el supuesto cielo con estrellas pero éstas seguían si dar señales.
Afuera el viento y la llovizna que empezaba a caer sobre el asfalto la relajó. Entonces su migraña pareció disiparse, como la neblina cuando el sol dice presente. Así emprendió su camino hacia nosedonde. No importaba el lugar, ella necesitaba salir de su melancolía y de sí misma. Quizás un poco de aire aclare mis ideas, pensó. Quizás la llovizna lave mis pensamientos oscuros de hoy.
Como no tenía idea de adonde se dirigía paró en un kiosco de revistas y compró un magazine q le pareció el mas patético q haya leído en su vida. Quizás leer un poco de lectura shampú me distraiga…quizás, quizás, quizás.
La noche se prestaba para un buen vino, mas no tenía la buena compañía con quien saborearlo. Así q se limitó a caminar en la fría noche.
Por primera vez se dio cuenta de la kermesse q era la cuidad. Policías, abogados, mendigos, maestras, prostitutas, niños de la calle, abuelas, falsos astrólogos, gitanas, músicos callejeros, gatos en celo, perros sarnosos…
Volvió a pensar en Alicia y en Lewis Carroll. Esta vez se acordó de la reina de croquet q quería a toda costa cortarles la cabeza a todos los naipes, incluida a ella. Este juego es muy difícil y complicado, pensó. Así como mi vida.
Entonces sintió pasos, detrás de sí. Se apuró. Los pasos se acercaban más y más. Este juego de croquet ya no me gusta, debería haberme quedado en casa, maldijo su migraña, sintió el miedo correr por sus huesos. Ya era tarde, no tenía el vino, ni la buena compañía, ni las estrellas de cielo, no había tortugas gigantes, ni cuadrillas de langostas, ni siquiera un conejo loco corriendo contra el tiempo para llegar a ningún lado. El sombrerero del feliz feliz no cumpleaños era también parte de su mentira. Esta vez el gato de Cheshire la había embaucado nuevamente. Nada de eso ya importaba. Esta vez debía encontrar la salida por su cuenta. Esta vez ella misma debería ser Alicia y subir por la conejera donde había entrado.
Se olvidó de la llovizna, del viento q arremetía con furia, de la kermesse de la calle, solo quería salir de la maldita conejera. Su vida daba tumbos y tomaba rumbos inciertos cada vez q quería ver la luz del día. En realidad nadie sabía como ella se sentía realmente…
Volvió a sentir los pasos detrás, giró. Se miraron fijo. Ahí estaba él, rascándose la oreja con la pata, con su piel lastimada supurando un líquido de extraño color. Casi no tenía dientes pero a pesar de las dificultades parecía sonreir
Como el gato de Chershire. En un momento ella titubeó, no sabía la reacción q podría tener el animal. Entonces éste se levantó, cojeando de una pata y pasó a su lado mientras meneaba la cola.
Buscando un refugio, bajo las estrellas, q él tampoco veía, pero sí sentía en su corazón.
Ya no pensó más en el vino q no degustaría en compañía, ni en la gente q pasaba a su lado en la calle, ni en el tiempo q sabría no podía detener. Nadie iba a cortarle la cabeza por decir lo q pensaba, la Reina de croquet no tendría el valor de dar su veredicto porque ella, al igual q Alicia se había hecho gigante. Ya su alma no tendría q llorar porque esta vez su vida dependía de ella, de sus decisiones, de su valor, de su lucha constante contra las puertas q se cierran.
El perro se había detenido a su lado, la miraba con complicidad, sonreía sin dientes, emanaba un olor putrefacto y seguía a su lado. La acompañaba a su paso hacia nosedonde. Y así se quedaron, lo invitó a su casa. Y así se volvieron a quedar, todas las noches, cada noche, mirando por la ventana, buscando las estrellas en las noches nubladas, cuando el viento arremetía con furia, cuando ella se sentía cansada. Ya eso no importaba. Ahora nada de eso importaba. Siempre había alguien esperándola, con una sonrisa sin dientes, ahora sin olor, ahora sin sarna. Ahora sí tenía compañía para degustar un buen vino. Alguien q la esperaba y pasaba a su lado mientras meneaba la cola.
sábado, 9 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario