Nélida y Esther tomaban puntualmente el té a las cinco. Nélida y Esther jugaban a la canasta con las señoras del Royalty. Eran gemelas.
Nélida había sido la nena de papá en su infancia, había tenido excelentes notas en la escuela, se había recibido de profesora de piano y había tenido algunos novios en su juventud, pero terminó casándose con Alfredo.
No había tenido hijos y hacía cinco años que había enviudado.
Esther por su parte y en contrapartida a su hermana había sido una niña sumisa, siempre pasando desapercibida. Viviendo a la sombra de Nélida y cuidando de sus padres hasta que estos murieron.
Hasta se había quedado llorando como una estúpida en silencio cuando Alfredo se casó con su hermana. Alfredo, el único amor de su juventud.
Nélida, egoísta, despótica, perversa, se fue a vivir con Esther luego del fallecimiento de Alfredo ya que había perdido la casa debido a las deudas que tenía por el juego.
Esther acostumbrada a su vida sumisa, acogió a su hermana y hasta le dio su propio cuarto, pero poco a poco, la actitud posesiva y dominante de Nélida la hicieron ama y señora nuevamente de la casa de Esther y hasta de sus amigas.
Esther cocinaba día y noche, limpiaba, tejía, surcía por y para su hermana. A pesar de todos sus esfuerzos, la pérdida de dominio, protagonismo y autoridad de su hogar era constante y la exclusión de su grupo de amigas del Royalty era inminente.
Pronto se acercaba la cena de fin de año, que todas las señoras del club esperaban con ansias para lucirse.
Esther, por su parte, muy entusiasmada y luego de limpiar la sangre de la alfombra durante horas empezó a trozar la carne (que por cierto era muy dura).Lavó las verduras y buscó una receta deliciosa para el banquete en el libro de Doña Petrona.